Cronica I

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Fuga
Corrí sin fin, en huída a la crueldad del látigo furibundo del que no veía como si en vez de ser yo, fuese alguien más corriendo por mí, no me cansaba, no reía, no lloraba, de rostro inescrutable, los ánimos se me habían pulverizando de a poco, tan lento, tan crudo y ya me tenías con sinceridad harta de rodar y rodar entre la tierra eriza y ruda, me tenías harta de tanta llaga, de tanta porquería. Sinceramente, harta de ti.

Crucé la puerta, tus pasos gruesos y sonoros me retumbaban en lo más duro del alma, como si no bastara ya con taladrarme de manera tan exuberantemente dolorosa, pero eso nunca te importó ¿no?, a fin de cuentas, soy solo un rastrojo más del montón, hundida entre la legumbre, como muchas otras, ahogada entre lo vacío y tenue de una voz pequeña, dulce, corta.
Y tus ojos negros, calcinaban con la mirada cada parte de mí, como si me odiaran… y es que me odias y yo te odio a ti, legumbre muerta, tanto como me has hecho sufrir durante todos los años de mi vida.

Carecía de sentido y el sabor amargo que ahora me sabía a mierda cada vez que caminaba, y te odié aún más… por dejar que me muriera en este infierno.
Amelia, te odio.

Lloré con tristeza desquebrajada entre una esquina y otra cerca de la que había sido mi casa de infancia, mi terror eterno, mi dolor, mi terror, esa casa maldita era lo más vívido que podía haber a lo que odiaba, era poderío absurdo y cruel de una infancia de abusos y daños tanto psicológicos como físicos, y lo peor era que todo era un infame silencio…
Y tirada en el suelo miré de oriente a occidente y no vi nada, la neblina ya había pasado más halla de mis nudillos y no lograba verme las manos ni siquiera en frente de mi rostro.

-¡Te pesará!, ¡Lo juro por todas las tardes perdidas!, ¡Por todo el dolor vivido!, ¡Juro que te dolerá por todas y cada una de las lágrimas que he desperdiciado por ti!, ¡Te juro que morirás calcinada, igual que yo!

La garganta terminó cansada, ardida, dolida y molesta hasta estallar en decenas de graznidos feroces, tan ardidos que la sangre se podía sentir en la garganta y sollocé trémula y a la intemperie en medio de la nada, pero a veces la nada es mejor que algo… que ese algo que, en realidad, nunca fue nada.

-Cuanto te odio a ti, y a todos… !odio al mundo entero!,por que nunca me escucharon... así como me odio a mi misma, porque nunca me amé, y tú Amelia, cuando pude sentirme amada, hiciste que muriera entre la más dura desilusión que hubiera podido vivir en toda mi vida… Amelia, lamentarás con sangre, sudor y dolor todo lo que me hiciste… Amelia, morirás. Y en la cumbre te sentirás tranquila y solo ahí entenderás que no eres más que lo que siempre has sido, rastrojo… muerte pura.

Temblé del frío y me dormí entre la miserable calle que me otorgaba una sensación de familiaridad repentina, siniestra, pero inmensamente tranquilizante entre la hostilidad del aire que me rodeaba, a final de cuentas, ya estaba acostumbrada a vivir entre la miseria casi absoluta, ¿Qué no es miseria acaso la soledad excesiva?, sí, si lo es…

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